jueves, 18 de abril de 2013

De los oscuros secretos que oculta una chica que parece normal (pero que nunca ha dicho que lo sea)


¿Sabes cuándo en una peli la protagonista, que es monísima y viste guay, tiene una visión supertremenda de su vida y se da cuenta de que ha llegado el momento de superar todos sus traumas y madurar?
            Justo eso me sucedió hace un par de días. Y todo por dos cosillas sin importancia, dos ligeras adicciones de lo más tontas (*)...

            La primera es el papel albal. ¡Me encanta! Soy feliz abriendo el cajón de la cocina y viendo los nueve rollos perfectamente alineados y…
            ¿Cómo dices?
            Lo sé, son demasiados.
¿Me guardas un secreto? También tengo alguno en el mueble de las novelas. Y en el cajón de la mesa del salón. Y en el armario de la entrada. Y en la estantería de…

            198y algo, casa de Liah.
            —¡Liahpordiós, dónde vas con ese metro de papel albal? —gritó mi madre cuando iba a envolver el bocadillo para la excursión del colegio; di un respingo y murmuré un taco en voz baja—. Trae aquí, anda, trae aquí que si fuera por ti… —mi madre me quitó el papel de las manos y cortó un trozo minúsculo—. Toma, que parece que vas a liar el armario —cogí lo que me daba y suspiré: cuando tuviese dinero me compraría miles de millones de rollos de papel albal y envolvería todo. ¡Hasta yo me envolvería en papel de aluminio! Qué dura es la infancia…
           
          Hoy podría construirme una mansión de papel albal, con escaleras de caracol y lámparas de araña, todo en ese precioso color plata.
            ¡Oh, sería guay! Igual incluso podría hacer una bañera con…
No, no , no... Mejor dejo el papel albal y te cuento mi otro secretillo.

            198y algo, casa de Liah.
            —¡Mamá, no quedan perchas?
          —¡Liahpordiós, usa una de las que tienes! —mi madre vino taconeando hasta mi cuarto y cogió del armario una de las cuatro perchas que aguantaban toda  mi ropa—. ¿Qué tiene ésta de malo, hija? —me la dio y salió del dormitorio.
Yo miré la percha, curvada por el peso de dos vaqueros, tres camisas, una rebeca y una chaqueta. Y justo en ese segundo a Dios puse por testigo de que cuando fuese mayor me compraría tantas perchas que podría entrar en el Libro Guinness de los Récords como la chica con más perchas del mundo. Tendría una percha para cada camisa, cada pantalón, cada chaqueta… Incluso pensé en la posibilidad de usar dos perchas por pantalón, una para cada pernera. ¡Nunca jamás me faltaría una percha!
           
            Y así sucedió: mi destino estaba marcado desde mi más tierna infancia y hasta hace dos días he sido una chica feliz, con cincuenta y tres rollos de papel albal y ciento diecisiete perchas.

            Pero el martes... ¡El martes fue un gran día!: tuve un instante de claridad mental de esos que te dejan al borde del abismo de la trascendencia.
Y lo hice, poseída por el genio creador de quien está ante la obra más importante de su vida: ¡forré todas las perchas de papel albal!
¡Quedaron perfectas! ¡Perfectas perfectas! ¡Incluso perfectísimas! Pensé en llamar a mi madre para que las viese de tan orgullosa que estaba pero luego desistí (ella no lo entendería y yo  no estaba dispuesta a aceptar ninguna crítica al respecto).
Y supe que había llegado el instante culmen, la apoteosis. Me bebí un par de copas de vino (y alguna más) y decidí que era el momento de empezar a superarlo, de comenzar una nueva vida, de madurar (esto último todavía lo estoy pensando; no termino de decidirme…).

            Han pasado ya dos días y alguna hora y (vas a quedarte sorprendido) ¡no he comprado ni un rollo de papel albal ni una percha! Lo sé, es increíble tanta fuerza de voluntad en una chica tan joven. Mmmmm..., la verdad es que aún no he ido a hacer la compra, pero, entre nosotros, a veces toda la compra consistía sólo en eso, así que la cosa va bien: creo que lo voy superando.


(*) Si nos ponemos quisquillosos podríamos decir que tengo tres adiccionesdená, pero el vino no cuenta porque... Porque no.



lunes, 15 de abril de 2013

Cómo conseguir que el mundo entero te tome por tonto (lo seas o no, eso es lo de menos) (claro que si lo eres, lo tendrás más fácil)



1.- Ser famosillo. Si sólo te conoce la familia y cía hay pocas posibilidades de que el mundo entero sepa de tu existencia. Y si no saben que existes, lo llevas chungo para que piensen que te falta un hervor.

      2.- Dar una entrevista. Si eres imbécil y no hablas, igual lo disimulas. Es necesario que te expreses, nada de desarrollar la vida interior, exterioriza todo lo que te dé la gana.

          3.- Decir una sandez como la copa de un pino. Podrías dedicar toda la vida a demostrar que no eres muy espabilado (Paris Hilton ha hecho de ello casi un doctorado y se lo pasa guay), pero si quieres resultados rápidos, una necedad de las gordas arrojará resultados sorprendentes.         

* * *

En pleno debate sobre el matrimonio homosexual en EEUU, el actor Jeremy Irons fue preguntado al respecto durante una entrevista con el Huffington Post. "Me preocupa”, dijo el tío listo, “¿podría un padre casarse con su hijo?". El entrevistador, que casi se ahogó del susto, le dijo que eso era incesto y que estaba prohibido, y Jeremy, ahondando en el asunto, no fuese a ser que no quedase claro que se le había ido la pinza, soltó que "no es incesto entre hombres, el incesto está ahí para protegernos de la endogamia, pero los varones no se reproducen entre ellos". A juicio del actor, la autorización de estas uniones permitiría a un padre casarse con su hijo para legarle sus bienes sin pagar impuestos. "Me preocupa", insistió. 

          Pues eso. Más tonto y… 

         Nada, imposible ser más tonto.


martes, 2 de abril de 2013

Gente a la que mandaría al rincón de pensar un par de años (y de pie, nada de silla)


         
       Hoy venía decidida a escribir sobre Justin Bieber y sus problemillas pero noblesse blogueril oblige y no puedo obviar frases tan originales como la de Celia Villalobos. Porque, las cosas como son, las frases peculiares me pierden y la de Villalobos es de las que rozan la extravagancia más extrema.
            “Me preocupan los escraches (*) en cuanto demuestran poca confianza en el sistema y me recuerdan a épocas terribles de este país”, dice con absoluta seriedad y gesto contrito, según recoge El País.
             Ya, ya, ya… 
            Llámame escéptica pero yo ya sólo me fio del sistema métrico decimal y eso los días en que estoy con la guardia baja. En cuanto a una época peor que la actual…, no sé ¿La era de las glaciaciones, quizás? Tuvo que ser chungo tanto frío, sin calefacción, sin Zara… Tiempos duros aquellos, sí.
  
Vale, zanjadillo este asunto vamos a lo guay: Justin Bieber. Que quieres que te diga, lo veo muy perdido en esto de ser cantante de éxito. ¿Creerás que se ha peleado con su vecino? Sí, sé lo que piensas, eso se lleva en el temperamento artístico-farandulero. Pero es que su madre le ha echado una bronca tremenda y el pobre chico ha pedido disculpas. Y yo alucino, que lo de sexo, drogas y rock´n´roll es un pilar de la civilización moderna y a este muchacho su madre no le va a dejar fumarse ni un porrillo y así no hay manera de que un artista evolucione y se encuentre a sí mismo.
Y no puedo evitar pensar que con madres como ésa la historia sería diferente, sin cantantes que tirasen pianos por las ventanas de hoteles ni  políticos que se hiciesen amigotes de futuros capos del narcotráfico. Pero esto último es otra historia, y de las largas… 
            Igual te la cuento mañana.


    (*) Los políticos son tan guays que cuando les gritas algún insultillo relativo al incumplimiento de sus funciones tienen una palabra especial para que parezca que lo que estás haciendo es supergrave y que irás al infierno de cabeza sin posibilidad de redención aunque te pases rezando avemarías toda la eternidad.

            Que conste que la autora de este blog rechaza la violencia física contra cualquier ser vivo, incluidos los políticos.           

domingo, 31 de marzo de 2013

Con disgustos así me daré a la anarquía...




           Si pudiese retroceder en el tiempo veintialgún años más...
           
Mil novecientos ochenta y algo

            —Y el rey de ese país era un viejecito bondadoso al que sus súbditos...
         Justo ahí, en el segundo párrafo del cuento que en ese momento me estaría leyendo mi progenitora (párrafo en el que se habla de los reyes, según la regla número tres del Manual para escribir cuentos (*), me quitaría el chupete, me colocaría el babero perfectamente centrado, retiraría de mi moflete derecho el mechón que ya en aquella época indicaba la rebeldía que años más tarde adquiriría mi pelo y le indicaría a mi progenitora:
            —Si por bondadoso entiendes un viejecito que encañona a Dumbo con una escopeta, que permite de buen grado que su hija se case con uno de los amigotes de Alí Babá y que guarda su tesoro lejos de sus tierras…
            Mi madre me habría dirigido una mirada cargada de helada disciplina y me habría dicho:
            —Hija, por Dios, no te me pongas republicana.
            Y yo, conociendo a la temprana edad de cuatro años lo bueno del silencio, habría cogido el chupete y habría pensado para mí :
            “Ya verás, ya, cuando leas El Mundo el 31 de marzo de 2013. Vas a flipar…”.

Don Juan dejó una herencia de más de mil millones de pesetas
Tenía 728 en 3 cuentas suizas, de los que el Rey heredó 375
Las infantas Margarita y Pilar recibieron 172 y 131 millones de pesetas
Los albaceas le aconsejaron no repatriarlos por 'imagen' (El Mundo)





(*) Manual para escribir cuentos:
(...)
            Regla tercera: Descripción de los reyes. Emplear adjetivos del tipo “afables, campechanos, honorables, misericordiosos, bonachones, tiernos, amables”, eludiendo el “entrañables”, adjetivo éste que ha caído recientemente en desgracia. 
           

Se hace notar que este Manual necesita un urgente proceso de adaptación a los tiempos actuales. Si los Hermanos Grimm levantasen la cabeza…






martes, 26 de marzo de 2013

Ser periodista es lo que tiene


            Reglas de andar por casa para dar una noticia:

            —Elegir un personaje al tun-tun (Corinna ya está pillada, decidirse por otro).

            —Verlo en algún sitio, a él o a alguien que se le parezca. O que no se le parezca. O no verlo directamente.

            —Contarlo.

            —Y ya está.



                       
Tuit de Jordi González: “Corinna en un Duty Free de Barajas. Sola #muyentrañable”

Explicación que ofrece el periodista a Vanitatis.com: “Yo estaba en la Terminal 4 y me llamó la atención una señora con buena pinta y gafas de sol que podía ser perfectamente ella (o no, que mujeres con buena pinta hay al menos cuatro o cinco en España; si ya pensamos a nivel mundial, igual llegan a las veinte). Estaba en el Duty Free, en la zona de los licores (¿esto es una indirecta?). Yo no la conozco personalmente y si me preguntas si lo podría garantizar cien por cien  te diría que no, aunque sí en un proporción muy alta (forma guay de decir: puede que sí, puede que no, ni que yo fuese adivino, hombreya)”.


domingo, 24 de marzo de 2013

De sanluises y otros premios



            Hace veintialgún años más asistí a mi primera gran decepción, al hecho que me abrió los ojos a lo que en lo sucesivo sería una realidad tan cruel como frecuente, al acontecimiento que marcó el final de mi infancia, al suceso que transformó mi crédula visión del mundo en una desconfianza de lo más chunga.
            —Y el premio “más bonito que un san luis” al niño más limpio es para… —la monitora del campamento guardó silencio un par de segundos y lo soltó—: ¡Daniel! —¿cómo? ¡Venga ya!
¿¿¿Daniel???
Miré a mi alrededor esperando que se elevasen voces de “¡tongotongosupertooooongo!” y el cielo cayese sobre nuestras cabezas por tamaña injusticia pero no sucedió nada. Daniel sonrió, apartó la silla en la que se sentaba y avanzó a recoger su premio, mientras su tienda llena de mugre, sus calcetines apestosos y sus tirones de trenzas a niñas que rozaban la santidad por su comportamiento pasaban desapercibidos.
Sólo tenía siete años pero soy una chica lista y aprendí la lección: los premios no son de fiar.
            Luego vinieron el Oscar a la mejor actriz reparto de Marisa Tomei (todo el mundo sabe que el presentador se equivocó de sobre en la lectura pero la ceremonia siguió y nadie tuvo valor de rectificar, que Marisa es simpática y se notó que le hizo mucha ilusión), el Nobel de la Paz a Obama (aunque su forma de afrontar los problemillas sea más parecida a la del Capitán Trueno que a la de Gandhi), o el primer puesto en Gran Hermano 1 de Ismael (entre nosotros, hace un par de meses casi me atropella…, y no diré más) (pero no me pilló porque era presuntamente incapaz de mantener el volante derecho…) (y no diré más) (pero que conste que he escrito presuntamente, y en negrita).
            Y cuando pienso que estoy preparada para todo, que los años me han hecho más fuerte y que mi capacidad de asombro está cayendo en picado, me entero de que Juan Ramón Lucas lleva conduciendo sin puntos en el carnet desde 2010 y justo ese año le concedieron a su programa de radio el Premio Periodístico de Seguridad Vial. A pesar de mi experiencia previa en sanluises, óscares y  nóbeles me he quedado flipada: ¿con qué cara se recoge un premio tan... contradictorio con la propia personalidad?
            Total, que no doy crédito…
           
(*) No hablo del Oscar de este año a Jennifer Lawrence en vez de a Jessica Chastain porque Jenni iba muy mona, me cae guay y estoy convencida de que la CIA estuvo detrás…

           
            


jueves, 21 de marzo de 2013

De esos días en los que me vuelvo profunda


Hoy me ha dado por pensar.
No, no te asustes, no pienso hacer de ello una costumbre. La culpa la ha tenido mi vecina de arriba, una chica de las intensas, de las que tienen una vida interior impresionante y una profundidad de ésas que dejan sin respiración, capaz de frases como “Yo sólo compro CD´s en los festivales, que los de El Corte Inglés son taaaaaaaan comerciales, ¿no crees?".
Venía cargada con un bulto enorme y varias bolsas de Opencor. Le sujeté la puerta del ascensor y subimos juntas.
—¿Qué tal? —pregunté por preguntar.
—Agotada, la cultura pesa —y se echó a reír.
—Sí —por decir algo…
—Es una lámina maravillosa, de las que elevan el alma y te hacen ver lo pobre de tu existencia —continuó, con los ojos iluminados de sabiduría reservada a unos pocos.
—Ahá —uf.
—¡Claro que te la enseño! —continuó. En este punto pensarás que me he saltado un par de guiones de la conversación: puedes estar seguro de que no. Igual “ahá” para la gente trascendente significa “¿puedo verlo?, ¿puedo verlo?, ¿puedo verlo?, ¿puedo verlo?, ¿puedo verlo?... —. Es una obra de un misticismo extremo; la compré  en la exposición del Hermitage en El Prado y…
Dejé de escuchar y traté de captar lo místico de un cuadrado negro:


No pude, fui totalmente incapaz de ver algo más que un cuadrado negro. Pero negro negro. Nada de grises, o de topitos blancos. Negro.

Al llegar a casa entré en Google: seré poco profunda pero la intriga me puede: ¿quién es capaz de convencer a la peña de que un cuadrado negro es arte? Tardé poco en encontrarlo: Kazimir Malevich.
Tipo listo este Kazi. Pasé un rato reflexionando sobre si tal vez había sido un caso de soborno colectivo o quizás cuando presentó semejante tomadura de pelo a los pasantes de arte, críticos y público, invitó a unos porritos y la gente salió flipando y cantando alabanzas a grito pelado.
Aguanté al menos diez minutos concentradísima en las profundidades pero empecé a sentir una horrible sensación de ahogo y tuve que subir a la superficie a respirar. 


No será arte pero, ¿vas a negar que es mucho más guay que un cuadrado negro? Mira que lo otro es un cuadrado negro… Un cuadrado de los de toda la vida pintado de negro sin más y sólo elevará tu alma si perteneces a esa estirpe agraciada por los dioses con una sensibilidad que roza lo extraterrestre, capaces de ver soledad, tristeza y no sé que más en un cuadrado negro. Porque no sé si te ha quedado claro que el cuadro del que te hablo es un cuadrado negro…



Yo me quedo en la superficie, que aquí al menos hace más fresquito.